Es decir, el Amor no puede surgir por necesidad, o al menos
no puede sustentarse en ésta. Antes o después, esa necesidad nos hará dependientes, aparecerán sentimientos posesivos, que harán que ahoguemos la relación. Perdemos nosotros y queremos que el otro pierda, la autonomía,
imprescindible para vivir de forma saludable.
No somos piezas de un puzle incompleto que buscan a la
desesperada, personas para acoplarse. Si nos sentimos así, es porque tenemos
muy baja Autoestima, y ese vacío, posiblemente debido también a carencias
afectivas en nuestras relaciones (familiares o amorosas) nos conduce irremediablemente a querer mal.
Los niños, requieren de la aprobación constante y el halago
de sus padres para saberse queridos, para poder llegar a la conclusión de que
son personas valiosas en sí mismas, dignas de admiración y respeto, definiendo
así una sana Autoestima. La madurez, precisamente, debe caracterizarse por
haber alcanzado un grado de autonomía suficiente, como para saber que los demás
deben aportarnos y enriquecernos, pero no pueden ser los que lleven la batuta
de nuestra Vida. Además, sólo entendiéndolo así, podremos también nosotros
quererlos bien, reconociendo su independencia, respetando su libertad.
A partir de ahí, podremos establecer relaciones “sanas y
ricas” apoyadas en unos criterios comunes que nos unan, pero no que nos
asfixien. Si eres de los de “SIN TI ME MUERO”, tendrás que ir cambiándolo por
un “TE QUIERO PORQUE ME DA LA GANA”