Siempre he sido una idealista, lo malo es que lo soy cada
vez más. Cuanto más difícil se ponen las cosas y el panorama, más creo en la
posibilidad de cambiar el mundo, siempre por supuesto, partiendo de la lucha
personal por cambiar nuestro entorno más cercano: nuestro propio corazón.
Los Miserables, majestuosa por las interpretaciones de su
reparto, pero sobre todo, por la impetuosa manera que tiene de calarse en
nuestros huesos, es la historia de UN HOMBRE BUENO, un hombre redimido, un hombre
en justicia agradecido. Un hombre que se compromete hasta el último de sus
días, a ser coherente, valiente y generoso. Un hombre que por fortuna, descubre
el poder inmenso del Amor. También es una película, sobre muchas otras cosas.
Cualquiera de las versiones anteriores, relata la misma
historia, en ésta, al igual que el musical que tuve la suerte de poder
disfrutar hace una año, la fuerza de las canciones, le otorga aún más
emotividad y profundidad.
¡Qué gustazo es ir así al cine! Aunque reconozco que me pasé
llorando más de media película, no lloraba de pena, lloraba de emoción, y ¡bendita
emoción! Uno sale, (al menos yo) queriendo ser mejor, amando más intensamente a
los demás y reconociéndose un afortunado, que no puede hacer otra cosa que dar
las gracias. ¡GRACIAS!
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