Dejadme que os hable de Rocky, nuestro perro, noble, bueno y
sumamente cariñoso. Ya me habían avisado que los perros criados entre niños,
aprenden a portarse como uno más…pobre, a veces pienso que se le olvida que es
un perro. Que sea bueno no me resulta tan raro como que sea tan silencioso,
teniendo en cuenta los decibelios de media que hay en casa, Rocky aún (pronto cumplirá
dos años) no se ha dignado a ladrar. Sólo quiere lo que la mayoría de nosotros
queremos, que nos hagan caso.
A mi perro nunca le ha gustado el agua, para ducharlo hay
que convencerlo y no se acerca a una manguera, ni por todo el oro del mundo.
Sin embargo, el descubrimiento que hizo en la playa, (ya os comente que después
de pensárselo varias veces, se adentró
en el agua y comenzó a nadar) fue un hallazgo increíble. Increíble, por lo
excitante de la experiencia en sí, pero sobre todo porque lo capacita, a partir
de ahora para seguir nadando.
Hemos oído miles de veces eso de que el miedo sólo existe en
tu interior, ciertamente existe para prevenir o dificultar conductas espontaneas de riesgo,
pero en ocasiones se trata sólo de una opción equivocada, de un “error
cognitivo” que consigue convencernos de creencias limitantes: NO PUEDO,
ES IMPOSIBLE, NO VA A SALIR BIEN, NO MERECE LA PENA…
Esto es lo que le ocurría a Rocky, estaba convencido de que
el agua era peligrosa, de que la mejor opción era alejarse de ella. Pero llegó
el gran reto, compensar si el deseo de seguirnos mar adentro merecía o no la
pena…y ¡lo hizo! Además, ahora ya lo sabe, siempre que quiera, puede meterse en
el agua. “¡Qué caray! Soy un perro, estoy preparado para nadar, poseo las
herramientas necesarias y lo que es mejor, disfruto como un enano nadando. ¡Lo
que me había estado perdiendo hasta ahora!”
¿Cuál es esa gran aventura que te está esperando y no
terminas de decidirte? ¿Cuánto tiempo llevas deseando hacer eso, que por otro
lado te aterra? Investiga y descubre, quizá te estés perdiendo lo mejor…