Ante el dolor injustificado, ante una desgracia que deja
para siempre trastornada a una familia, más cuando las víctimas son los niños,
sentimos como si una cuerda invisible nos uniera a ellos, desconocidos y
lejanos pero cercanos hoy, y experimentamos parte (una pequeñísima parte) del
dolor que ellos mismos están sufriendo.
La impotencia y la rabia son los primeros en acudir, luego
algunos valientes se atreven a pensar, “¡ojalá yo hubiera podido hacer algo!”,
cuando ni siquiera estaban allí, y más tarde la compasión en el sentido más
bello de la palabra, se apodera de nosotros y nos unimos a ellos, es el momento
en que nos gustaría, si pudiéramos, darles todo el ánimo del mundo, nuestra
fortaleza y nuestra esperanza, en definitiva ayudarles a estar un poco mejor.
Hay dolores que desgarran el alma, que no se pueden comparar
a ningún otro.
Yo quiero desde aquí, y sabiendo que con toda probabilidad ningún
familiar de los afectados por el incendio de Catar, leerá este post, expresar
mis condolencias y también mi amor, pues así lo siento y no puedo evitarlo. No
sé, si es sensibilidad o es reconocimiento sincero de que todos somos hermanos,
pero solo puedo decir que me importáis de verdad y que haría lo que estuviera en mi mano por
ayudaros.