Ahora, por razones bien distintas, compruebo una vez más,
como ese lazo del que hablaba, existe en realidad. No lo vemos, la mayor parte
del tiempo ni siquiera lo notamos, pero de forma inesperada, experimentamos
como cobra fuerza y empieza a tirar y tirar, llegando incluso a apretar más de
la cuenta.
Estos días, con la celebración de las Olimpiadas de Londres,
espero no haber sido la única que lo he notado. Hemos sido testigos de cómo jóvenes,
alcanzaban sus sueños. Y en la medida en que se traducía en su rostro, el
esfuerzo y la ilusión, y la competición se volvía interesante, la emoción nos envolvía
también a nosotros. Les decimos a gritos, ¡¡vamos, vamos!! Estamos ahí motivándolos
desde la lejanía, sintiéndonos orgullosos como si fueran nuestros hijos,
hermanos…Lo mío es peor, como soy una sensiblona, tengo que reconocer que el
pelo se me pone de punta, la piel de gallina y la lagrimilla asoma por mi ojo
derecho cuando por ejemplo veo a las nadadoras de sincronizada darnos un espectáculo
tan bello como el que nos han dado.
La trasmisión de emociones potentes positivas, nos llena de
energía y nos hace sentirnos unidos, ni siquiera hace falta que lleven la
bandera de nuestro país, en realidad cualquier trabajo bien realizado (otro
ejemplo para mí ha sido ver los saltos increíbles de trampolín de la final de
10 metros, entre China, EEUU y Reino Unido) nos puede llegar al alma.
Me encantaría decirles a cada uno: ¡Increíble chaval/a, eres increíble!
¡Gracias por el esfuerzo y la dedicación!
PD: Cada vez entiendo mejor a los padres llorones de “Lluvia
de estrellas”
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