En concreto, quisiera hablar hoy de los varios usos que se
le puede dar a esta historia. El primero es el más usado, les decimos a los niños
que no deben mentir, que los mentirosos generan desconfianza y luego aunque
digan la verdad son difíciles de creer. Pierden ellos.
El segundo, el que más uso en casa, es el de no exagerar
tanto, por ejemplo con los llantos o los gritos por cualquier cosa. Si por una tontería
de nada, se arma la marimorena, yo poco
a poco, dejo de prestar atención, de forma que a veces no sé si lo que ha
pasado es que alguno de los niños se ha hecho daño de verdad o es sólo que uno
de los hermanos le ha quitado un lápiz al otro. Pierden ellos y pierdo yo.
El último lo acabo de descubrir, a veces te conviertes en
Pedro sin haberlo hecho conscientemente y ¡ay! qué complicado quitarse el sambenito…
No es por mentir, ni siquiera por exagerar, es por decir tantas veces las
mismas palabras, utilizar la misma amenaza incumplida en las discusiones, que
el asunto en cuestión, pierde su peso y el oyente o causante de nuestro
malestar, acaba por hacerte ni el menor caso. Es un “ya viene con el discurso
de siempre, solo me queda esperar a que se le pase y luego como si nada”. En
este caso pierdo más yo.
Conclusión, que para algo me tiene que servir escribir este
post, mediré mejor las palabras, intentaré no repetirme y con un poco más de
creatividad y un poco menos de euforia, encontrar la forma de que me hagas un
poco de caso, vamos de que me eches cuentas!!